Dios en una harley: el regreso by Joan Brady

Dios en una harley: el regreso by Joan Brady

autor:Joan Brady [Brady, Joan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Autoayuda
publicado: 2002-11-01T23:00:00+00:00


CINCO

Las preguntas de Joe me obsesionaron durante unos cuantos días. No podía dejar de pensar en cómo podían redescubrirse aspectos tan intangibles como el romanticismo, la diversión, la pasión y la creatividad.

¿Por dónde esperaba que empezase? Además, cualquier persona razonable que supere los cuarenta sabe que eso son cosas que suelen desaparecer cuando se entra en la mediana edad. Si tuviera que decir algo, diría que los perdí en las mismas misteriosas y oscuras cavernas de mi mente que también se habían tragado el entusiasmo, el idealismo y la esperanza por un futuro mejor.

La supervivencia y la seguridad económica habían reemplazado insidiosamente las frivolas metas de la juventud, y quizá sea así como se supone que debe ser. Quiero decir que, cuando se tiene una familia, hay muchas más cosas por las que preocuparse que las pasiones y la diversión. Al menos, eso era lo que yo siempre había creído. Si ésa era la manera, como siempre indirecta, en que Joe me indicaba que debía tomar un nuevo rumbo, me pareció que lo mismo me podía haber pedido que sacara un conejo de una chistera.

Simple y llanamente, no podía hacerlo.

Me quedé sentada en el coche, reflexionando sobre todo eso, mientras esperaba delante de la escuela de karate a que los niños acabaran su clase. Pensaba llevarlos a casa para que cenaran rápido y Joey se pusiera con los deberes. Luego llevaría a Gracie a su clase de ballet. Pero entonces ocurrió algo extraño. Joey salió como un torbellino por la puerta de la escuela y se metió de cabeza en el coche, con una cajita de cartón llena de hierba y trozos de lechuga. Sin darme tiempo a preguntar nada, Gracie apareció con un conejito escuálido acurrucado entre sus bracitos rechonchos.

Supongo que no debería haberme sorprendido.

—¡Mami! —exclamó Joey con la excitación propia de los niños de nueve años—. ¡Gracie ha encontrado un conejo! ¿Nos lo podemos quedar? Por favor, mamá. No dará problemas. ¿Podemos? Por favor.

—No sabes si él es un conejo —reprochó Gracie a su hermano—. Podría ser una coneja, ¿verdad, mami? —dijo, sosteniendo al tembloroso animal contra el pecho—. ¿Nos la podemos quedar? Por favor, ¿podemos? Ya le he puesto nombre. Se llama Jersey.

Entonces ocurrió otra cosa extraña. Me oí decir «sí», a pesar de saber que sería yo la que acabaría cuidando de aquel débil animalillo. En aquel momento, no era consciente de que aquel conejo medio muerto de hambre que sostenía mi hija sería el catalizador de algunos importantes cambios en la dinámica de nuestra familia.

Gracie decidió que no quería ir a su clase de ballet esa noche y, aunque sé que debí darle un sermón sobre la responsabilidad y sobre acabar lo que se empieza, la verdad es que sentí un gran alivio. No tenía ganas de conducir más, y eso por no mencionar que así podría preparar la verdura y la pasta que había comprado por la mañana en una de mis excursiones diarias al Shop-Well.

Nunca imaginé que llegaría a estar ansiosa por cocinar,



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